Cementerio marino III

Cementerio marino
(continuación)
XI
Perro espléndido, aparta al idólatra
cuando en soledad con sonrisa de pastor
apaciento por mucho tiempo corderos misteriosos;
blanco rebaño de mis tranquilas tumbas
aléjame las prudentes palomas,
los sueños vanos, los ángeles curiosos.
XII
El porvenir aquí sólo es pereza.
El insecto limpio horada la sequedad:
todo está quemado, deshecho, y asciende hacia el aire
no sé yo qué severa esencia.
La vida es vasta estando ebria de ausencia,
y la amargura es dulce y el espíritu claro.
XIII
Los muertos ocultos están bien bajo esta tierra,
que los recalienta y les seca su misterio.
En lo alto un mediodía sin movimiento
en sí se afirma y se reconviene a si mismo...
Cabeza rotunda y diadema perfecta,
yo soy en tí el cambio secreto.
XIV
No me tienes a mi nada más que para contener tus temores.
Y mis apuros, mis dudas, mis contricciones
son el defecto de tu gran diamante...
pero en tu noche grávida de mármoles
un pueblo vaga entre raíces de árboles;
que lentamente se ha decidido ya por ti.
XV
Se han disuelto en una ausencia densa,
la arcilla roja ha bebido el néctar blanco:
el don de la vida ha pasado a las flores.
Adónde estarán las frases familiares de los muertos,
el arte personal, las almas singulares;
la larva hila donde se gesta el llanto.
Paul Valery (Sète, 1871-1945)
Trad. Juan M. Pueyo
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