Desierto sin rosas
El Rey de Harlem (fragmento) Es la sangre que viene, que vendrá por los tejados y azoteas. Por todas partes. Para quemar la clorofila de las mujeres rubias, para gemir al pie de las camas ante el insomio de los lavabos y estrellarse en una aurora de tabaco y bajo amarillo. Hay que huir. Huir por esquinas y encerrarse en los últimos pisos, porque el tuétano del bosque penetrará por las rendijas, para dejar en vuestra carne una leve huella de eclipse y una falsa tristeza de guante desteñido y rosa química. Es por el silencio sapientísimo cuando los camareros y los cocineros y los que limpian con la lengua las heridas de los millonarios buscan al rey por las calles o en los ángulos del salitre. Un viento sur de madera oblícuo en el negro fango escupe a las barcas rotas y se clava puntillas en los hombros; un viento sur que lleva colmillos, girasoles y alfabetos y una pila de Volta con avispas ahogadas. El olvido estaba expresado por tres gotas de tinta