Buen consejo del viejo poeta
Soneto para Helena
Vencida por los años en la dulce tibieza
del hogar y la luz, tus manos albos copos hilando,
dirás embelesada mis versos recordando:
Ronsard celebró los días de mi feliz belleza.
Ya no hay quién recoja de tu voz la tristeza,
ni sirvienta soñolienta que al percibir el blando
rumor en que me nombras, dichosa despertando
con férvida loanza, bendiga tu realeza.
Mi cuerpo bajo tierra, tan sólo ya mi alma
llagará tus mirtos umbrosos en la calma,
mientras tú cerca del fuego te refugias aterida.
Y has de llorar entonces esa altivez insana.
No te niegues, escúchame, no esperes a mañana:
cíñete desde ahora las rosas de la vida.
del hogar y la luz, tus manos albos copos hilando,
dirás embelesada mis versos recordando:
Ronsard celebró los días de mi feliz belleza.
Ya no hay quién recoja de tu voz la tristeza,
ni sirvienta soñolienta que al percibir el blando
rumor en que me nombras, dichosa despertando
con férvida loanza, bendiga tu realeza.
Mi cuerpo bajo tierra, tan sólo ya mi alma
llagará tus mirtos umbrosos en la calma,
mientras tú cerca del fuego te refugias aterida.
Y has de llorar entonces esa altivez insana.
No te niegues, escúchame, no esperes a mañana:
cíñete desde ahora las rosas de la vida.
Pierre de Ronsard (1524-1585)
Versión de Carlos López Narváez
Comentarios