Cementerio marino IV


Les demoiselles de Avignon

    Cementerio marino
      (continuación)


                  XVI

Gritos afilados de muchachas alborozadas;
los ojos, los dientes, los párpados mojados,
el pecho encantador que juega con fuego,
la sangre que brilla en los labios rendidos,
los últimos dones, los dedos que los defienden,
todo termina bajo tierra y retorna al juego.

                  XVII

Y tu, gran alma, esperas un sueño
que no tendrá estos colores del engaño,
que a los ojos deslumbrados muestran la onda y el oro.
¿Cantarás cuando seas etérea?.
¡Vamos! Todo huye. Mi presencia es porosa,
la santa impaciencia muere también.

                   XVIII

Escuálida inmortalidad negra y dorada,
consolación afrentosamente laureada
que de la muerte haces un seno maternal;
bello embuste y ardid piadoso.
Quién no conoce y quién no rechaza
ese cráneo vacío y esa risa sempiterna.

                   XIX

Padres profundos, cabezas deshabitadas,
que bajo el peso de tantas paletadas
sois la tierra y confundís nuestros pasos;
el verdadero roedor, el gusano irrefutable
no está ahí para vosotros, que dormís bajo la losa;
él vive de la vida, él no me abandona nunca.

                   XX

¿Amor, quizás, o el odio hacia mi mismo?.
Su diente secreto lo siento tan cerca de mi,
que todos los nombres le pueden convenir.
Qué importa. El ve, quiere, sueña, toca;
mi carne le gusta, y hasta la pierna
que pertenece a este ser vivo.

Paul Valery (Sète, 1871-1945)
Trad. Juan M. Pueyo

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