Desde siempre los premios literarios, esos certámenes convocados para sanerar cuentas corrientes de algunos y ávidos egos de otros, despertaron en mí suspicacia cerval y distante desdén, pues nunca me agradaron los actitudes altaneras y arrogantes de las gentes que se mueven alrededor de éllos. Como cualquier persona que se precie de aspirante a escritor de éxito, y también movido por mi vanidad y la insistencia de un círculo de personas que me aprecia, cuando terminé el borrador de mi primera historia, es decir, la primera de éllas a la cual conseguí ponerle la anhelada palabra FIN, antes de sentirme invadido por la duda y sin pensarlo dos veces, decidí gastar mis buenos euros en la copistería y oficina de correos, y la envié a uno de esos concursos. Quedó finalista junto a otras siete entre ciento veintidos... ¡y qué subidón, qué pasada, un flash de la hostia...! La verdad es que me sentía flotar, compensado sobradamente con que se me hubiese reconocido, no pensaba para nada en la cantidad del premio. Mi ego subía vanidoso y alegre como un globo estratosférico, tanto que mi mujer irónica, me llamaba "el finalista", mientras en su rostro se dibujaba una clara mueca de cachondeo. A nivel emocional reconozco que la cosa no estuvo nada mal. Como era presumible la novela no ganó, e incluso me alegró que fuese así, puesto que tal circunstancia me proporcionaría una buena ocasión ocasión para poder rematarla, terminarla de pulir, pues la sentía inacabada, aunque sólo en aspectos accesorios, ya que lo esencial de la historia estaba contado; los últimos toques, vamos. 
Algún tiempo despues, mi viejo coche renqueaba y pedía a gritos un cambio, fue entonces cuando pensé que el dinero del premio me hubiese venido muy bien para uno nuevo, sin necesidad de pasar por el banco. Ahora, gracias a un amigo, tengo otro con el que estoy encantado y funciona de maravilla. Como veis el dinero nunca es esencial, porque es renovable, o conseguible, va y viene. Aquí, en el asunto que abordamos, lo básico es el acto de escribir, la necesidad vital de expresar a traves de grafismos nuestras inquietudes, emociones, ideas, desvelos, pensamientos, vivencias, e intentar hacerlo lo mejor posible... para gozarlo y compartirlo, desde luego. A causa del maravilloso significado de este último verbo, siempre sentí fascinación por una definición que daba con frecuencia Jack Kerouac sobre el arte de narrar: "Son mis amigos quienes me empujan a escribir, escribo por camaradería, y en esencia, casi siempre se escribe por eso". Estoy convencido que el autor de "Sátori en Paris" era muy sincero, y que tenía mucha razón, de hecho, sus amigos fueron el leiv motiv de casi toda su obra, aunque un cúmulo de factores a su alrededor hizo que su vida fuese desgraciada, y acabase catapultado irremediablemente hacia una sima de alcohol y desesperación, a una muerte prematura desgraciada. Casi nunca fue muy feliz el gran narrador.
Pero sigamos la trayectoria de mi humilde historia a través del proceloso mundo de los premios. Acabé el relato a mi gusto, tras interminables horas de correcciones y más correcciones, quedando  razonablemente satisfecho del resultado, así que la envié de nuevo a otro certamen, éste de primera convocatoria, y aquí su ventura fue nula, la descartaron a las primeras de cambio, incluso se permitieron llamar ignorantes a algunos participantes, aunque nunca supe si yo estaba entre ellos, pero me sentí dolido por su tal vez inconsciente pequeña maldad; por parte de la editorial convocante, por supuesto, nadie se dirigió a nadie, aunque fuese sólo para agradecer la participación de la gente que gastó su tiempo y dinero para que ellos pudiesen alardear que se habían presentado tantas y tantas obras, y lo que más jode: el desdén, pues no se dignaron siquiera, ni en dar las gracias a esos participantes, que sin su colaboración, su premio no sería NADA. ¿Les costaría mucho esfuerzo a éllos, que tanto se pavonean con sus premios, agradecer públicamente el esfuerzo participativo de la gente que ha acudido onerosamente a su llamada?. Hay mucha mala educación e insensibilidad por el mundo.
Me he decidido hacer esta entrada porque al hilo del seguimiento de algunos blogs, he podido comprobar que hay mucha gente joven que escribe, y que lo hace muy bien, que se presenta a premios y son rechazados, lo vuelve a intentar, y más de lo mismo, como si la publicación y el éxito literario fuera un muro infranqueable contra el que, llenos de ansiedad, se estrellan con desespero una y  otra vez. A esta gente yo les diría que escribir, no es triunfar como escritor profesional, que es un objetivo legítimo y noble, pero no es TODO; es más, si lo consigues, puede pasarte como a Keruoac, quien siempre consideró al éxito literario como una desgracia, indirecta causa de su destrucción personal. Hay cierto extremismo en esta comparación, pero si que puedes pasarte los mejores años de tu vida, atado a una mesa de despacho entre cuatro paredes, dándole a la tecla inmisericorde. Pienso que esencialmente, escribir es cumplir una aspiración vital personal, íntima, que viene a quien nos posee tal pasión desde muy lejos, de un lugar en muchas ocasiones ignoto, que nos empuja a formar un bello cuerpo a base de palabras, imágenes, ideas, pensamientos y vivencias, para compartir principalmente, para que otros experimenten idéntico placer con estas cosas que nos subyugan hasta el arrebato. Que también pueda jugar aquí un poco la vanidad personal, lo admito; pero no es sustancial, es secundario. 
Y si esa gente joven fuesen hijos mios, o allegados, o personal afecto emocionalmente hacia mi, les diría con límpia franqueza que se busquen otro trabajo para comprar el pan, pero que escriban cada día, cuanto más mejor, nada más por el puro placer de escribir, nada más, sin otro objetivo a la vista, porque entre otras cosas, lo harían sobre lo que quisieran y cómo quisieran, mientras su imaginación vagabundearía de ese modo libre, como un pájaro en el inmenso azul del cielo de una mañana clara. 
Y eso es más sano.   
   

Comentarios

Entradas populares de este blog

Déjonos harto consuelo su memoria

Abenamar, Abenamar...

Nuestras vidas son los ríos