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Mostrando entradas de noviembre, 2010

Eliminad a ese tipo, es un peligroso idealista loco

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Un héroe de la clase trabajadora Nada más nacer te hacen sentir pequeño, sin darte tiempo a nada en lugar de dártelo todo, hasta que el dolor es tan grande que no sientes, y todo te da igual. Un héroe de la clase obrera es algo que podrías ser. Te hieren en casa, y te pegan en la escuela. Allí te odian si eres listo, y desprecian al tonto, hasta que estás tan jodidamente loco, que eres incapaz de seguir sus reglas. Un héroe de la clase obrera es algo que podrías ser. Después que te han torturado y asustado durante veinte putos años, entonces esperan que elijas una carrera, pero estás tan acojonado, que no puedes funcionar. Un héroe de la clase obrera es algo que podrías ser. Te drogan con la religión, el sexo y la tele, y tú te crees tan listo, tan independiente y tan libre; aunque  a mí me parece, que sigues siendo un jodido paleto, muy alejado del héroe de la clase obrera que podrías ser. Hay un buen cobijo en la cima, te dicen, pero primero debes a

Palabra y color

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Bodegón con la Danza, Matisse. Museo de L´Ermitage, St. Petersburgo Luz natal (Fragmento) Entre muros y torres ved el aire: un aire de afluencias matutinas que también será ardor hasta por las penumbras y las sombras. Y quién te encerrará, movimiento del fuego. Habrás de resignarte a ser ceniza, mortuoria ceniza problemática. Mientras la Historia...¿Dónde?. Historia por mis venas y huesos, Historia en este soplo que alentándome está la frase actual. Amarillentas ruinas... y el impulso que llega de vosotros, los vivientes aún en esta pulsión que marcha sola. Sin mi, tan mía, yo. Yo, bajo mis vocablos resonantes de rutas; a través de mi propia libertad hacia lo todavía no existente, hacia tardes de una luz que espera, de un matiz que nunca vive solo. Jorge Guillén (Valladolid, 1893-1984)

Gloria Fuertes, una poeta sencilla y exquisita

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Ya ves que tontería Ya ves que tontería, me gusta escribir tu nombre. Llenar papeles con tu nombre, llenar el aire con tu nombre; decir a los niños tu nombre, escribir a mi padre muerto, y contarle que te llamas así. Me creo, que siempre que lo digo me oyes. Me creo, que da buena suerte. Voy por las calles tan contenta, y no llevo encima nada más que tu nombre. Gloria Fuertes (Madrid, 1917-1998)  

Algunos versos imperecederos de Jaime Gil

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Píos deseos al empezar el año Pasada ya la cumbre de la vida justo al otro lado, yo contemplo un paisaje no exento de belleza en los días de sol, aunque inhóspito en invierno. Aquí sería dulce levantar la casa que en otros climas no necesité, aprendiendo a ser casto y a estar solo: un orden de vivir es la sabiduría. Y qué estremecimiento purificado me recorrería, mientras atiendo al mundo de otro modo mejor, menos intenso. Y medito en las horas tranquilas de la noche, cuando el tiempo convida a los estudios nobles, al severo discurso de las ideologías -o la advertencia de las constelaciones en la bóveda azul... Aunque el placer del pensamiento abstracto es lo mismo que todos los placeres: reino de juventud. Jaime Gil de Biedma (Barcelona, 1929-1990)

La prosa poética de Turgueniev

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Puerto de Hamburgo En la mar Iba desde Hamburgo a Londres en un pequeño vapor. Éramos dos pasajeros: yo y una hembra de mono, como esas que un comerciante de Hamburgo suele regalar a su pareja inglesa. Ella estaba atada con una cadena a uno de los asientos en la cubierta, se movía con inquietud, y gemía quejumbrosa como un pájaro. Cada vez que pasaba a su lado alargaba su pequeña, fría mano negra, mirando hacia mí con sus tristes, casi humanos ojos. Tomé su mano, ella dejó de gimotear, y siguió moviéndose nerviosamente alrededor de mi. Había una calma chicha. La mar se extendía por todas partes como una inmóvil hoja de color plomizo. Una niebla radial se apoderó de la cubierta, parecía ligera y frágil, aunque ocultaba la misma punta del mástil; aturdía y cansaba los ojos con su oscuridad suave. El sol colgaba de un rojo opaco falto de definición en esta oscuridad; pero en el preludio de la noche brillaba con extraña, espeluznante luz misteriosa. De manera intermitente

Paul Celan, su rastro de fuego en la lengua alemana

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Jerusalem al interior del muro. Ludwig Blum (1930) Estaba Estaba la pizca de higo en tu labio. Estaba Jerusalén a nuestro alrededor. Estaba el aroma de los pinos albares sobre el barco danés que bendecíamos. Yo estaba en ti.  ti. Paul Celan (Chernovtsi, 1920-1970) Versión de José L. Reina Palazó n

¿Se trataba de una evocación de Paul Verlaine?

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Tú crees en el ron del café y en los presagios Tú crees en el ron del café y en los presagios, y crees en el juego; yo no creo más que en tus ojos azulados. Tú crees en los cuentos de hadas, en los días nefastos y en los sueños; yo creo solamente en tus bellas mentiras. Tú crees en un vago y quimérico Dios o en un santo especial, y rezas para curar males en alguna oración. Mas yo creo en las horas azules y rosadas, que tú a mí me procuras y en voluptuosidades de hermosas noches blancas. Y tan profunda es mi fe, y tanto eres para mí, que de todo en lo que creo, sólo vivo para ti. Paul Verlaine (Metz, 1844-1896) Versión de Luis Garnier

Antonio Vega, la elegancia en la cultura pop

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  Pasa el otoño  Pasa el otoño en Madrid, y el color ocre se funde a gris, vuelven recuerdos de inviernos pasados junto a ti. Sentado hoy frente al mar, nada perturba la paz, Y ahora comparto contigo nuestra verdad. Y es que de hecho hasta hoy, no me ha importado nunca adonde voy; en cualquier puerto puedo recaer, ser quien sea, ser como soy. Atadas manos y pies al corazón que fui fiel, ojala me condenaran a la niñez. Pero después descubrí, que amar en libertad no era sufrir, ojala me condenaran a compartir. Y llegó la madurez, ideas claras; saber lo que quieres ser, ojala me condenaran a no volver. Quiero oír crujir las hojas al andar una vez más, porque el otoño pasa en Madrid. Quiero guardar hojas doradas hasta abril. Pasa el otoño en Madrid. Antonio Vega (Madrid, 1957-2009)

La heroína

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La aguja y el daño hecho Oi que llamabas a la puerta de mi sótano. Te amo, cariño, pero aún puedo meterme otro más. Oooh, el daño hecho. Llegué a la ciudad, y perdí a mi banda. Vi como la aguja atrapaba a otro hombre. Se algo que vosotros no comprendéis: leche en la sangre para evitar huir. He visto la aguja, y el daño hecho poco a poco en cada uno de nosotros, aunque cada pico sea como una puesta de sol. Neil Percival Young (Toronto, 1945)

Dylan is Dylan

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Dylan, 1962 Sobre el puente de Brooklyn Sobre el puente de Brooklyn estaba inclinado, y de pie en el borde había un predicador hablándole. Estuve cambiando de posición continuamente, para poder ver desde todos los ángulos por un lado y otro de los cuellos estirados y las cosas. La policía contenía a la gente, la señora que está a mi espalda irrumpe en mi ingle: "enfermos, enfermos, algunos están realmente enfermos", como el número circense del trapecio: "oh espero que no lo haga". Él estaba al otro lado de la barandilla, sus ojos terriblemente abiertos bañado por el sudor boca de tiburón las sucias mangas de la camisa subidas los brazos gruesos y tatuados, y llevaba un reloj de plata; echándole una rápida ojeada, yo podría decir que estaba inútilmente sólo, no pude quedarme allí mirándole no pude quedarme allí mirándole, porque de pronto me di cuenta, que en lo más profundo de mi corazón deseaba realmente verle saltar. Robert A

El viaje es ver

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Quetzalcoatl. Codice borbónico Quetzalcoatl (Fragmento) La ciudad contemplada desde el monte desnuda la intención secreta de sus calles, creídas al pisarlas confusión sin rumbo; así desnudó el tiempo aquellos años nuestros preliminares, aunque perdidos parecieran: su dispersión impulsó al aire la semilla, que caída en la tierra, dio luego la cosecha. Y el momento llegó cuando nos fuimos por el mar un puñado de hombres; el mundo era sin límites, igual a mi deseo. Frente al afán de ver, de ver con estos ojos que ha de cegar la muerte. Lo demás... qué valía. Mas este pensamiento a nadie dije entre mis compañeros, a quienes hostigaba la ambición de riqueza y poderío. Luis Cernuda (1902-1963)

La música y la ensoñación

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Fantasía Existe una tonada por la que yo daría todo Mozart, Rossini, y todo Weber. Una vieja tonada languideciente y fúnebre que me trae a mi solo su secreto encanto. Cada vez que la escucho me hace doscientos años (es sobre Luis Trece) más joven; y entonces yo creo ver una ladera verde, que amarillea el ocaso; luego un alcazar de ladrillo y piedra y vidrieras teñido con colores rojizos, rodeado de amplios parques, y también un arroyo a sus pies que entre las flores corre; luego una dama de vestimenta antigua, rubia con ojos negros en su altísima ventana, acaso ya vista en otra vida, y de quien me acuerdo. Gerard de Nerval (1808-1855) Versión de Anibal Núñez

La pura inocencia de la edad tardía

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Paraíso regado Sacude el agua a la hoja con un chorro de rumor. Alumbra el verde y le moja dentro de un fulgor. ¡Qué olor a brusca tierra inmediata!. Así me arroja y me ata lo tan soleadamente despejado, a este retiro fresquísimo que respiro con mi Adán más inocente. Jorge Guillen (1893-1984) Aunque se que no la leerá jamás, dedico esta entrada a mi padre, un agricultor vocacional amante de la naturaleza, que ayer cumplió 85 años en su paraíso más puro e inocente.

La codicia del conquistador

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Arrozal cerca de Calicut, donde desembarcó Vasco de Gama en Kerala Al solo afán de viajar más allá de una India espléndida y borrosa, este saludo sea mensajero del tiempo, cabo que tu popa dobla sobre alguna jarcia baja mientras cabecea con la carabela; espumoso siempre en su aleteo un pájaro de nueva anunciación que gritaba monótono, sin que el timón se desviara de un inútil yacimiento: noche, desesperación y pedrería por su canto reflejado, hasta en la sonrisa del pálido Vasco. Stephanne Mallármè (1842-1898) Trad. Juan Pueyo

Jaime Gil y Barcelona

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Plaza Real Barcelona ja no és bona, o mi paseo solitario en primavera (fragmento) Todo fue una ilusión, envejecida como la maquinaria de sus fábricas, o como la casa en Sitges o Caldetas heredada también por el hijo mayor. Sólo montaña arriba cerca ya del castillo, de sus fosos quemados por los fusilamientos dan señales de vida los murcianos. Y yo subo despacio por las escalinatas sintiéndome observado, tropezando en las piedras donde agarran las raíces de las higueras, mientras oigo a estos chavas nacidos en el Sur hablarse en catalán, y pienso a un mismo tiempo en mi pasado y en su porvenir. Sean ellos sin más preparación que su instinto de vida, más fuertes al fin que el patrón que les paga, y que el salta-taullels que les desprecia: que la ciudad les pertenezca un día. Como les pertenece esta montaña, este despedazado anfiteatro de las nostalgias de una burguesía. Jaime Gil de Biedma (1929-1990)