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Like a rolling stone

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Como una piedra rodante En otros tiempos cuando vestías tan elegante, tirabas diez céntimos a los vagabundos desde tu mundo de lujo.   ¿No lo hacías?... La gente te decía: "Ten cuidado, muñeca, puedes caer". Creías que se burlaban de tí, y tú solías reírte de los colgados.  Ahora no hablas tan alto, ahora no pareces tan orgullosa, cuando necesitas pedir para tu próxima comida. Qué se siente, qué se siente, al estar sin un hogar, como un completo desconocido, como una piedra rodante. Has ido a los mejores colegios, señorita solitaria, y allí aprendiste a tener buen juicio,  pero nunca nadie te enseñó cómo vivir en la calle, y ahora descubres, que vas a tener que acostumbrarte a ello. Decías que nunca te comprometerías con los misteriosos mendigos, pero ahora  te das cuenta, que ellos no te venden ninguna excusa, mientras observas el vacío de la cuenca de sus ojos, y les preguntas: "¿Quieres hacer un trato?". Qué se siente, qué se sie

IV Recordando cosas bellas de Japón en sus días de tragedia

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Chuei Yagi en una lectura de poesía Corre Kerouac Un atardecer de otoño estando de pie en Times Square, acaso yo intentaba cortar en pedazos un sueño momentáneo.  Grandes y tristes se cruzan los vientos de la bandera de Estados Unidos,  y las estrellas vocean. En medio de la animada avenida de los sueños corre Kerouac, Sigue su sombra una máquina de escribir,  echa humo, habla sin parar. ¡Plaf!, se chocan los taxis amarillos. Desde el grueso brazo de un taxista me hace guiños la tatuada América. Cada vez que sopla el viento cálido la tierra se tambalea. Oh lunático, católico místico, vigilante del incendio forestal del Servicio de Silvicultura... Se derrumban las nubes de la cumbre. Una isla optimista da un alarido, lavada fuertemente por el río. ¿De dónde he venido caminando?, En esta ciudad hay de todo, y no hay nada: policías a caballo, muslitos de mujeres. Ay, el dolor me parte la cabeza. Kerouac corre. Un perro corre arrastrando arcoiris y estrel

III Recordando cosas bellas de Japón en sus días de tragedia

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Meditación ardiente Soy una meditación que quema. Dentro guardo una isla acuosa, pájaros marinos y la luna llena. Alquilo un hogar a los cocodrilos del Nilo, y mi meditación no es agua azulada sino rojo deseo. Creciendo en sus ojos alimento los cocodrilos con un sol deleitable, y los dejo dormir. Vivo en una meditación que quema, oyendo la isla acuosa golpeada por las olas, callada silenciosamente. Kazuko Shiraishi [Vancouver, 1931]  Una de las más conocidas poetas de hoy, ha recibido premios como el Mugen, Rekitei, Jun Takami o Yomiuri. Trad. Fernando Barbosa

II Recordando cosas bellas de Japón en sus días de tragedia

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Las mejillas coloradas de mi madre En los inviernos se hicieron más coloradas las mejillas de mi madre, y brillaron vivamente, de especial manera, aquel invierno del año en que se perdió la Guerra. Entonces por el golpe de la derrota se enfriaron aún más los corazones de la gente. Ese frío hizo que la nieve fuera más intensa, en la zona semirural que está en las afueras de la ciudad de Yokohama. Y a medianoche cuando vinieron a buscarla, mi madre salió desafiando el viento glacial sobre su bicicleta, amarró el maletín negro al portaequipajes, y partió hacia la casa, donde esperaba la embarazada, aguantando sus dolores de parto. Siempre vinieron a buscarla a las altas horas de la noche, y mi madre antes de salir averiguaba sin falta la hora del pleamar. Mi hermano menor y yo, que éramos estudiantes de primaria, nos aferrábamos a las ropas de la cama, mientras abrazábamos el vacío que quedaba después de la salida de nuestra madre, y le pedíamos que nos jurara, que

I Recordando cosas bellas de Japón en sus días de tragedia

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Un día ofrecido como regalo Como dejé el equipo de pesca en casa, regresé por el camino del río, y los pantalones se llenaron de cadillos. Luego, en una hondonada donde había remolinos, escuché murmullos de insectos y discursos de pájaros. Un par de ojos se sobrecogieron  ante el color violeta de las flores de arrurruz  y el plata de las espigas. Cuando me puse en marcha, voló una comadreja desde mis pies, y atravesó el vado un faisán. No es cierto. Voló un faisán desde mis pies y atravesó el vado una comadreja. Vi a lo lejos unos niños, que lanzaban y recogían sucesivamente  los señuelos del estanque. En el cielo planea despacio un milano, y me quedé viéndolo,  hasta que me dolió el cuello. Pronto un hombre gritaría,  al encontrar un nido de ruiseñor entre las cañas. Tetsuo Nakagami [Osaka, 1939] Economista de la Universidad de Tokio. Su poesía es un homenaje a la Generación Beat norteamericana, muchos de cuyos autores ha traducido al japonés. Trad. Ryuk

Fábula bretchiana

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Balada del guardabosques y la condesa En tierras de Suecia vivía una condesa que era muy pálida y bellísima. Señor guarda, señor guarda,  mi liga se soltó,  se soltó, se soltó... Guarda, arrodíllate, pronto; y átala. Señora condesa, señora condesa, no me miréis así, yo os sirvo por mi pan. Vuestros pechos son blancos, pero el hacha es fría,  fría, fría... Dulce es el amor, pero amarga la muerte. El guarda escapó aquella misma noche. Cabalgó monte abajo hasta que llegó al mar. Señor barquero, señor barquero,  acógeme en tu barca,  en tu barca, en tu barca... Barquero, tengo que ir hasta el fin del mar. Entre el gallo y la zorra brotó el amor. Oh adorado, ¿me amas de verdad?... y tierna fue la noche,  pero el alba llegó,  llegó, llegó: todas sus plumas cuelgan del zarzal. Bertholt Brecht (1898-1956 )

Poesía prebélica en la primera mitad del siglo XX

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La montaña magnética (1933) En algún lugar más allá de las terminales de la razón, al sur o al norte, hay una montaña magnética que funde el cielo con la tierra. No hay línea tendida hasta ahora. Un montón de conexiones que se oxidan durmientes -huesos de muertos- marcan una vía derrotada. Un halcón que anualmente cambia su sitio en el espacio; el último vuelo puede significar el lugar. Hierro en el alma, espíritu acerado en fuego, aguja temblando en la verdad; tal es lo que allí se me revelará. Cecil Day-Lewis (Ballinturbbert House, 1904- Hadley Wood, 1972)   Versión de J. Aulici no