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La certidumbre del emperador Juliano y los antioquinos

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Moneda del emperador Juliano el Apóstata acuñada en Antioquía Ni la letra C, dicen, ni la letra K habían hecho nunca daño a la ciudad... encontraremos intérpretes...y aprenderemos que esas son la iniciales de unos nombres: la primera de Cristo y la segunda de Konstancio. Juliano, Misopogon Juliano y los antioquinos Era concebible que nunca renunciaría a su deslumbrante estilo de vida, al rango de sus placeres cotidianos, a su brillante teatro que hacía comulgar de manera armoniosa el Arte y la erótica de la carne. Inmoral hasta cierto punto, y probablemente un poco más, que con total seguridad lo era. Sin embargo, no tenía más satisfacción que su vida, que era la vida de lujo de Antioquía; deliciosamente sensual; de absoluto buen gusto. Renunciar a todo eso... y además ¿para qué? Su aire enardecido frente a los falsos dioses. Su aburrida autopromoción. Su infantil miedo al teatro. Su gracia mojigata; su ridícula barba. En verdad preferirian la letra C, o

Un ouija familiar proporciona un poema a L. Reed

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Mi casa La imagen del poeta con los gansos en medio de la brisa canadiense volando sobre los árboles, mientras una neblina se cierne suavemente sobre el lago. Mi casa es muy hermosa por la noche. Mi amigo y maestro ocupa la habitación de invitados. Él está muerto en paz ya al fin con el Judío Errante, otros amigos pusieron piedras en su tumba. Fue el primer gran tipo con quien me encontré en la vida. Sylvia y yo marcamos en nuestra Ouija su espíritu, que a través de la sala se elevó. Nos quedamos alucinados y felices con lo que vimos: Estaba ardiendo el regio y orgulloso nombre de Delmore. Delmore, me perdí tu divertida elegancia, me perdí tus bromas, y todas las cosas brillantes que decías. Mi Dédalus para tu Bloom en perfecta comunión. Y te he encontrado en mi casa, en la que vivo una vida perfecta. Realmente soy muy afortunado con mi vida. Tengo mi escritura, mi moto, mi esposa, aunque por encima de todo tengo el espíritu de la pura poesía, que convive

El maestro de L. Reed

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En la cama vacía, en la caverna de Platón En la cama vacía, en la caverna de Platón, las luces reflejadas se deslizaron lentamente sobre la pared, los carpinteros martillearon bajo la ventana en sombras, el viento movió toda la noche las cortinas, y una flota de camiones subía cuesta arriba renqueante con la carga cubierta, como de costumbre. El techo se iluminó una vez más, el diagrama inclinado se deslizó hacia delante con lentitud. Al escuchar los pasos del lechero, su esfuerzo en la escalera y el sonido de las botellas, me levanté de la cama, y encendí un pitillo, luego me acerqué a la ventana. La calle de piedra era testigo del silencio de los edificios, la vigilia de los faroles y la paciencia del caballo. El cielo puro del invierno me empujó de nuevo a la cama con ojos cansados. La extrañeza crecía en el aire inmóvil. La flotante neblina se volvió gris. Temblorosos vagones, cataratas de cascos sonaban en la lejanía, cada vez más fuerte y más cerca. Un

Otro capítulo de la novela del Sr. Reed

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El día que John Kennedy murió Soñé que era Presidente de estos Estados Unidos. Soñé que abolía la ignorancia, la estupidez y el odio. Soñé la unión perfecta y una ley perfecta, incontestables. Y más que nada soñé, que había olvidado el día que John Kennedy murió. Soñé que yo podría hacer, lo que otros no hicieron. Soñé que era incorruptible y limpio con todo el mundo. Soñé que no era un bruto o un primario, un criminal sobre la presa. Y más que nada soñé, que había olvidado el día que John Kennedy murió. Recuerdo adonde estaba ese día. Estaba sentado en el bar. El equipo de la universidad jugaba al fútbol en la TV. De repente la pantalla se cortó, y el locutor dijo: "Ha sucedido una tragedia. Hay aspectos sin confirmar, pero han disparado sobre el Presidente. Puede estar muerto, o muriendo". De manera entrecortada alguien gritó: "¿Qué?". Salí corriendo a la calle, la gente se reunía, y decían: "¿Has oído lo que dicen en la TV?".

Lupercio de Argensola, un poeta barbastrense

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Si quiere Amor que siga sus antojos Si quiere Amor que siga sus antojos, y a sus hierros de nuevo rinda el cuello, que por ídolo adore un rostro bello, y que vistan su templo mis despojos; la flaca luz renueve de mis ojos, restituya a mi frente su cabello, a mis labios la rosa y primer vello, que ya pendiente y yerto es dos manojos. Y entonces, como sierpe renovada, a la puerta de Filis inclemente resistiré a la lluvia y a los vientos. Mas si no ha de volver la edad pasada, y todo con la edad es diferente, ¿por qué no lo han de ser mis pensamientos? Lupercio Leonardo de Argensola (Barbastro, 1559-1613)

Kiarostami, el cineasta poeta

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Josravanis* La mujer de pelo blanco contempla las florecillas del cerezo. ¿Ha llegado tal vez la primavera de mi vejez?. &&&&&&& Un viejo monje desayuna a solas: el sonido de la tetera hirviendo. &&&&&&& La hoja del platanero cae suavemente, y se sosiega en su sombra un mediodía de otoño. &&&&&&& Pensándolo bien: no comprendo la razón del desmesurado amor de las madres a los hijos. Pensándolo bien: no comprendo la razón de la desmesurada fidelidad del perro. Abbas Kiarostami (Teheran, 1940) *Poemas cortos en la tradición poética iraní, al estilo de los "haikus" japoneses.

El corazón sigue sollozando en su sueño (E.Dickinson)

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Hubiera matado de hambre a un mosquito Hubiera matado de hambre a un mosquito, vivir tan estrechamente como yo; pero yo era sólo un ser humano vivo necesitado de alimento. Pesaba sobre mi como una garra que no me soltaba, como una sanguijuela que no se desprende, como un dragón inmutable. Como el mosquito yo no tenía el privilegio de volar, y buscar comida; Entonces, ¿cuánto más poderosa era yo?. Yo tampoco tenía ese arte que versa sobre el vidrio de la ventana: impulsar mi pequeño ser hacia afuera, y nunca más comenzar de nuevo. Emily Dickinson (Amherst, Mass, 1830-1886)