La Justicia española: de la transición a la encrucijada


"Varela se ha atrevido a más, y en el auto del 3 de febrero donde defendió su estrategia, totalmente infundada, hablaba desde la ignorancia de la encomiable sensibilidad de jueces y magistrados respecto de los crímenes cometidos en la dictadura. Pero si estuvieron formando parte del TOP hasta el 76, por favor. Si fueron cómplices hasta el último día de las torturas infringidas por la brigada político social, de la muchos de los que están aquí han sido víctimas", aseveró. A su juicio, era "tal la sumisión" a la dictadura que "no se atrevieron nunca a abrir una causa por torturas". Matizó que "tortura no existía como tal delito en la dictadura, pero sí lesiones, y no se atrevieron nunca a abrir una causa por lesiones o coacciones contra las víctimas de la tortura a lo largo de 40 años de dictadura". Por eso se preguntó "cómo se puede hablar de la sensibilidad de los jueces respecto de las víctimas de la guerra civil y la dictadura", y pidió "un poco de respeto a la memoria de las víctimas"

(Extracto de un artículo periodistico sobre la conferencia del antiguo Fiscal Anticorrupción en la U Complutense de Madrid, Carlos Jimenez Villarejo)


Soy una persona totalmente lega en cuestiones judiciales, además de sentir alergia compulsiva hacia todo lo que huela a juzgados, juicios y todo ese temible andamiaje. No me gusta nada opinar, ni en público ni en privado, sobre lo que concierne a ese mundo, pues el bosque siempre inextrincable y selvático de leyes, recursos, apelaciones y toda esa condenada jerga deja tirado mi ánimo, atrapado sin remisión en la impotencia. La manera que tienen algunas personas de aplicar las leyes en este país me ofusca, sinceramente. Pero ahora me parece que está pasando algo muy serio en España, y tengo ganas que mi país aparte de una vez por todas la mirada sobre la puta guerra civil del treinta y seis. También quiero que mi país opte por una verdadera transición a un verdadero sistema democrático. Siempre he pensado que el PP de Aznar, y ahora el de Rajoy, es un franquismo con votos puro y duro, que acepta la democracia porque no le queda otra. Y el último bastión de ese rancio franquismo es el Tribunal Supremo, la inexpugnable ciudadela en que el Partido Popular del nefasto Aznar convirtió esta institución de nuestra democracia recién nacida, en el lugar desde donde los últimos adalides del nacionalcatolicismo se encargan de recordarnos con el infame proceso que siguen contra el juez de mayor prestigio que ha tenido nunca este país, Baltasar Garzón, que las palabras en el lecho de muerte del dictador, iban muy en serio, aquello de que "queda todo atado y bien atado". Los españoles que anhelamos un país moderno y verdaderamente democrático no comulgamos con jueces como el magistrado de ese Tribunal, Luciano Varela, que con la apropiada máscara de la progresía, admiten o rechazan querellas en connivencia con algún colega suyo del mismo palo y secta, en función de sus personales emociones. Y que no se confundan los señores magistrados del Supremo: el apoyo que tiene Garzón, no se lo brindan tan sólo ciertos medios de comunicación, agentes sociales, jubilados de renombre, actores, directores de cine, toda esa pretendida aristocracia del proletariado, sino que le viene de una parte del pueblo español que ansía desesperadamente que su país sea respetado en todo el mundo democrático. Me temo que el prestigo de ese Tribunal Supremo va a quedar seriamente dañado.Y aún queda lo más surrealista del caso: la querella por las escuchas ilegales a implicados en la trama de corrupción del PP en el caso Gurtel, algo que de no ser tan triste casi da risa, lo más surrealista: los corruptores sentarán en el banquillo al juez Garzón, y la Falange española y de las Jons va a sentarlo ya: ¿pero qué está pasando aquí?... Pues que esta es la España de principios del siglo XXI. Esto es lo que hay.


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