Desierto sin rosas
El Rey de Harlem
(fragmento)
Es la sangre que viene, que vendrá
por los tejados y azoteas. Por todas partes.
Para quemar la clorofila de las mujeres rubias,
para gemir al pie de las camas ante el insomio
de los lavabos
y estrellarse en una aurora de tabaco y bajo amarillo.
Hay que huir.
Huir por esquinas y encerrarse en los últimos
pisos,
porque el tuétano del bosque penetrará por las
rendijas,
para dejar en vuestra carne una leve huella de
eclipse
y una falsa tristeza de guante desteñido y rosa
química.
Es por el silencio sapientísimo
cuando los camareros y los cocineros y los que
limpian con la lengua
las heridas de los millonarios
buscan al rey por las calles o en los ángulos del
salitre.
Un viento sur de madera oblícuo en el negro fango
escupe a las barcas rotas y se clava puntillas en los
hombros;
un viento sur que lleva
colmillos, girasoles y alfabetos
y una pila de Volta con avispas ahogadas.
El olvido estaba expresado por tres gotas de tinta
sobre el monóculo,
el amor por un solo rostro invisible a flor de piedra.
Médulas y corolas componían sobre las nubes;
desierto de tallos sin una sola rosa.
Federico Garcia Lorca (1899-1936)
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