Kipling inmortal





Un conjuro

Lo que buenamente quepa
en cada una de tus manos,
cógelo de la tierra inglesa.
Y en el mismo acto
musita un rezo por quienes
yacen debajo para siempre.
No por la gente ilustre o bien hablada,
sino por esa multitud de gente sencilla
cuya vida, lo mismo que su muerte,
nunca ha sido narrada o lamentada.

Pon sobre tu corazón
esos puñados de tierra: disiparan tu desazón.

Verás cómo se sacian y mitigan
tu alma agitada y tu mente enfebrecida,
y qué calma soberana se apodera
de tu abrumada mano, de tu cerebro atosigado.
Verás cómo se alivia
tu lucha desigual contra
la infinita desventura de la vida,
hasta que al fin compruebes
absolutamente confortado,
cuál es la gracia que a los cielos mueve.

Coge entre las flores de Inglaterra,
aquellas clavellinas
que tienen su eclosión en primavera,
y la rosa silvestre
que esponja el corazón en el estío,
y el alhelí amarillo
en el confín postrero del otoño,
y después el estallido de la hiedra
que bien cargada de abejas,
será una luz para tu oscuridad en el tiempo invernal.

De la Candelaria hasta Navidad
doquiera que se escondan esas flores,
búscalas y hónralas,
pues si sabes aprovechar su sencillez,
recompensaran esa mirada
que empieza a vacilar.

Traerán limpieza y purificación
a tu ojo turbio y ofuscado,
y un tesoro escondido
te harán descubrir
en medio de los campos reconocidos
dentro de tu corazón, en tus principios,
en tu camino diario.
Y finalmente te revelarán,
porque lo necesitas y es de ley,
que dentro de cada hombre
habita un auténtico rey.

Rudyard Kipling (1865-1936)
Trad. Marta Sanchez Martín

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