La poesía en manos del gran narrador




Filadelfia

Si hoy por la mañana has venido a Filadelfia,
no conviene que mi historia te sirva de guía,
poco queda ya de aquella ciudad sobre la que escribo,
y además las gentes de quienes hablo han muerto todas.
Si nombro a Talleyrand, a muy pocos es dirá algo este nombre,
ni los logros de su astucia y destreza diplomática tendrán eco alguno;
ni hay cochero del muelle que recuerde al conde Zinnendorf,
ni por supuesto tampoco la iglesia que en Filadelfia él mandó erigir.

Se fue, se fue, se fue...con la perdida Atlántida.
Y mirad que ya os lo aviso. No me digáis que no.
Allí se mostró a todo el mundo en el año 1793;
pero hoy por la mañana en Filadelfia ya no le podréis ver.

Si hoy por la mañana llegaste a Filadelfia,
nada de lo que digo te servirá de guía.
Ya hace años que aquellas diligencias del Sur,
que eran de Bob Bicknell, han sido retiradas;
en su lugar El Límite te conducirá allí.
Y en el número 118 de North Second Street
ya no te encontrarás a Toby Hirte,
sea la hora que sea, en que a su puerta llames;
y me temo que también será en vano
tu búsqueda de aquel lavadero al final de la calle,
aquel donde Faraón tocaba su violín y había baile.

Se fue, se fue, se fue...con la dorada Tebas.
Y mirad que ya os lo aviso. No me digáis que no.
En el noventa y cuatro tenía fama esa sala de baile,
pero esta mañana en Filadelfia ya no la podréis ver.

Si hoy por la mañana llegaste a Filadelfia,
habrás telefoneado para pedir albergue en un hotel.
No te molestes en probar fortuna en el Epply o el Buck,
a pesar de que al Padre de la Patria
bien le gustasen esas pensiones.
Nada sacarás tampoco preguntando por Adam Goss,
o por las nuevas señas de Meder el Pastor,
así que estas historias que voy a referiros
de la Iglesia, que él aquí tanto amó,
debéis tomarlas como asunto anticuado.

Se fue, se fue, se fue...como Martín Lutero.
Y mirad que ya os lo aviso. No me digáis que no.
En el noventa y nueve aún estaba vivo,
aunque ahora (e.p.d.) no podréis encontrarlo en Filadelfia.

Si hoy por la mañana llegaste a Filadelfia,
y quieres comprobar que te cuento verdades,
mi palabra te doy: la tierra plácida que hay detrás
permanece inmutable, desde el tiempo
en que Casaca Roja cabalgara por ella;
los pinares aún exhalan su perfume al mediodía;
el pájaro-gato aún entona su canción;
y arranca el otoño resplandores a los sotos de alces;
también por entre el rocío las viñas desprenden
ese perfume que conmueve el alma;
y todavía las luciérnagas sobre los maizales
vuelven más prodigiosas las sombras de la noche.

Miradlas, que allí están. Allí, allí, allí...
Mi palabra de amigo empeño, ciudadanos.
Todas aquellas cosas que de verdad perduran,
cuando se cumplió el paso del tiempo y de los hombres
juntas en Pennsilvania esta mañana. Todas están juntas.

Rudyard Kipling (1865-1936)

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