El genio universal vagabundo




LA TUMBA DE BAUDELAIRE
    
El enterrado templo divulga por la boca
Sepulcral de la cloaca, babeando barro y rubí
Abominablemente cualquier ídolo Anubis
Todo hocico flambeado como hosco ladrido.

O si el gas reciente tuerce la mecha turbia,
Que sabemos enjuaga los oprobios sufridos,
Alumbra huraño un inmortal pubis,
Cuyo vuelo se desvanece según el reverbero.

¡Qué hojarasca desecada en ciudades sin noche
Podrá bendecir la ofrenda, así como ella sentarse
Vanamente contra el mármol de Baudelaire!

El velo que la ciñe solo con escalofrío distante
Ésta, su Sombra misma, veneno tutelar
Que respiraremos siempre, aunque nos mate.


LA TUMBA DE EDGAR ALLAN POE

Como en Sí-mismo al fin la eternidad lo cambia,
El Poeta despierta con una espada desnuda
A su siglo horrorizado, por no haber sabido
Que la muerte triunfaría en esa voz extraña.

Ellos, vil sobresalto de hidra, oyendo antaño al ángel
Dar un sentido más puro a las palabras de la tribu,
Proclamaran muy alto el hechizo bebido
En el sobrevivir sin honor a alguna negra mezcla.

¡Oh agravio!... de la tierra y de las nubes hostiles.
Si nuestro pensamiento no esculpe un bajo relieve,
Que la tumba de Poe deslumbrante adorne.

Calmo bloque caído de un oscuro desastre,
Que este granito al menos muestre para siempre la arista
Al negro vuelo de la Blasfemia dispersa del futuro.

                               Stéphane Mallarmé (1842-1898)

Trad. Juan Pueyo

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