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El maestro de L. Reed

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En la cama vacía, en la caverna de Platón En la cama vacía, en la caverna de Platón, las luces reflejadas se deslizaron lentamente sobre la pared, los carpinteros martillearon bajo la ventana en sombras, el viento movió toda la noche las cortinas, y una flota de camiones subía cuesta arriba renqueante con la carga cubierta, como de costumbre. El techo se iluminó una vez más, el diagrama inclinado se deslizó hacia delante con lentitud. Al escuchar los pasos del lechero, su esfuerzo en la escalera y el sonido de las botellas, me levanté de la cama, y encendí un pitillo, luego me acerqué a la ventana. La calle de piedra era testigo del silencio de los edificios, la vigilia de los faroles y la paciencia del caballo. El cielo puro del invierno me empujó de nuevo a la cama con ojos cansados. La extrañeza crecía en el aire inmóvil. La flotante neblina se volvió gris. Temblorosos vagones, cataratas de cascos sonaban en la lejanía, cada vez más fuerte y más cerca. Un