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La poesía en manos del gran narrador

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Filadelfia Si hoy por la mañana has venido a Filadelfia, no conviene que mi historia te sirva de guía, poco queda ya de aquella ciudad sobre la que escribo, y además las gentes de quienes hablo han muerto todas. Si nombro a Talleyrand, a muy pocos es dirá algo este nombre, ni los logros de su astucia y destreza diplomática tendrán eco alguno; ni hay cochero del muelle que recuerde al conde Zinnendorf, ni por supuesto tampoco la iglesia que en Filadelfia él mandó erigir. Se fue, se fue, se fue...con la perdida Atlántida. Y mirad que ya os lo aviso. No me digáis que no. Allí se mostró a todo el mundo en el año 1793; pero hoy por la mañana en Filadelfia ya no le podréis ver. Si hoy por la mañana llegaste a Filadelfia, nada de lo que digo te servirá de guía. Ya hace años que aquellas diligencias del Sur, que eran de Bob Bicknell, han sido retiradas; en su lugar El Límite te conducirá allí. Y en el número 118 de North Second Street ya no te encontrarás a Toby Hirte,