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Padre de la Poesía Francesa

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En el Bosque de la Larga Espera En el Bosque de la Larga Espera cabalgando en diversos sentidos, voy en el presente año viajando en pos de mi Destino. Delante van mis furrieles para aparejar mi logística en la Ciudad del Destino. Para mí y mi corazón ellos han tomado el Hostal del Pensamiento. En mi Libro de Pensamientos escribiendo hallé dentro de mi corazón la verdadera historia del dolor; de lágrimas toda élla iluminada. Charles de Valois, Duque de Orleans ( París, 1394- Amboise, 1465) Trad. Juan Pueyo

Mallarme Puro

Airecillo  Una soledad cualquiera sin el cisne ni el dique refleja el abandono a la mirada que abdiqué. De la vanagloria alta hasta no tocarla, donde los cielos se abigarran con el atardecer. Pero con languidez rodea como blanca lencería robada, tal pájaro fugaz se hunde. La exaltación a su lado. En lo exultante te diluyes. Eres tu ya convertido en tu júbilo desnudo. Stephane Mallarme (1842-1898)

Rimbaud, La Mística De La Fantasía

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Marina Los carros de plata y de cobre, las proas de acero y de plata baten la espuma, rebelan las raíces de las zarzas. Las corrientes del páramo y las inmensas huellas del reflujo se orientan en círculos hacia el Este, hacia los pilares del bosque, hacia los mástiles de la escollera, cuyo ángulo está herido por torbellinos de luz. Arthur Rimbaud (1854-1891)

Siempre vuelven los poetas muertos

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Envío de las flores Hoy te envío estas flores, que mi mano acaba de cortar recién abiertas, pues de no recogerlas hoy temprano, las habría encontrado el alba yertas. Ellas recuerdan el destino humano, porque tus gracias y bellezas ciertas se agostarán en día no lejano, y estarán pronto sus pétalos y hojas muertas. Se va el tiempo, mi amiga... mas eso no es cierto: somos nosotros, !ay! , quienes nos vamos. Ni de ti ni de mí quedará huella. Y cuando tú estés muerta y yo esté muerto, nada habrá de este amor del que hoy hablo. Ámame, entonces, mientras seas bella. Pierre de Ronsard (Couture-sur-Loire, 1524-1585) Versión de Andrés Holguín

Amistad novocentista

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Señora Sin demasiado ardor, y a la vez inflamando la rosa, que cruel o desgarrada y distendida, incluso el blanco vestido de púrpura desata, para en su carne oír llorar al diamante. Si, sin esas crisis de rocío y gentileza, ni brisa alguna hay en el cielo tormentoso que pasa; celosa de no aportar, yo no se qué espacio al simple día, el día del sentimiento más auténtico. No te parece, digamos, que cada año sobre tu frente renace la gracia espontánea, suficiente según qué apariencia, y para mi. Como un fresco abanico en la cama se estremece, al reavivar si es preciso aquí la emoción: toda nuestra nativa amistad monótona. Stephanne Mallarmé (1842,1898) Trad. Juan M. Pueyo

Cementerio marino V. Punto final

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Se refiere a la paradoja de Zenón sobre el movimiento y el infinito, cuando utilizó la metáfora de Aquiles y la tortuga para explicarla, y a la que alude la primera estrofa.      Cementerio marino           (últimas estrofas)                        XXI Zenón...cruel Zenón...Zenón de Elea. Me ha traspasado tu flecha alada, que vibra volando, y que no vuela nunca, su sonido me enerva, y la flecha me mata. Ah, el sol... cuya sombra de tortuga para el alma, Aquiles inmóvil a gran paso.                        XXII No, no...en pie. En la era sucesiva rompa mi cuerpo esta forma de pensamiento. Beba mi seno el nacimiento del viento. Un frescor por el mar exhalado llega a mi alma...Oh, poder salitroso, aprestémonos hacia la onda en la gozosa resurrección.                        XXIII Si, gran mar provisor de delirios, piel de pantera y clámide turbulenta de miles y miles de ídolos del sol; hidra absoluta, ebria de carne azul, que te mordisqueas la centelleante

Cementerio marino IV

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Les demoiselles de Avignon     Cementerio marino       (continuación)                   XVI Gritos afilados de muchachas alborozadas; los ojos, los dientes, los párpados mojados, el pecho encantador que juega con fuego, la sangre que brilla en los labios rendidos, los últimos dones, los dedos que los defienden, todo termina bajo tierra y retorna al juego.                   XVII Y tu, gran alma, esperas un sueño que no tendrá estos colores del engaño, que a los ojos deslumbrados muestran la onda y el oro. ¿Cantarás cuando seas etérea?. ¡Vamos! Todo huye. Mi presencia es porosa, la santa impaciencia muere también.                    XVIII Escuálida inmortalidad negra y dorada, consolación afrentosamente laureada que de la muerte haces un seno maternal; bello embuste y ardid piadoso. Quién no conoce y quién no rechaza ese cráneo vacío y esa risa sempiterna.                    XIX Padres profundos, cabezas deshabitadas, que bajo el peso de tantas pale

Cementerio marino III

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     Cementerio marino        (continuación)                  XI Perro espléndido, aparta al idólatra cuando en soledad con sonrisa de pastor apaciento por mucho tiempo corderos misteriosos; blanco rebaño de mis tranquilas tumbas aléjame las prudentes palomas, los sueños vanos, los ángeles curiosos.                  XII El porvenir aquí sólo es pereza. El insecto limpio horada la sequedad: todo está quemado, deshecho, y asciende hacia el aire no sé yo qué severa esencia. La vida es vasta estando ebria de ausencia, y la amargura es dulce y el espíritu claro.                 XIII Los muertos ocultos están bien bajo esta tierra, que los recalienta y les seca su misterio. En lo alto un mediodía sin movimiento en sí se afirma y se reconviene a si mismo... Cabeza rotunda y diadema perfecta, yo soy en tí el cambio secreto.                 XIV No me tienes a mi nada más que para contener tus temores. Y mis apuros, mis dudas, mis contricciones son el defecto

Cementerio marino II

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           Cementerio marino                      (continuación)                              VI Cielo hermoso, cielo verdadero, mírame que yo cambio después de tanto orgullo, después de tan extraña ociosidad aún plena de poderío me abandono a ese brillante espacio. Sobre las casas de los muertos mi sombra pasa; me aprisiona en su blanco vaivén.                                VII El alma expuesta a las antorchas del solsticio. Yo te sostengo, admirable Justicia, de la luz a las armas sin piedad. Yo te devuelvo pura a tu lugar primario. ¡Mírate!...aunque sustraer la luz, suponga a la sombra una áspera mitad.                                VIII Oh, para mi sólo, en mi sólo, en mi mismo junto al corazón y la fuente misma del poema, entre el vacío y el suceso puro espero el eco de mi grandeza interior. Amarga, sombría y sonora cisterna suena en el alma un hueco siempre futuro.                                 IX Sabes tú, falso cautivo de los follajes, gol

Buen consejo del viejo poeta

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Soneto para Helena Vencida por los años en la dulce tibieza del hogar y la luz, tus manos albos copos hilando, dirás embelesada mis versos recordando: Ronsard celebró los días de mi feliz belleza. Ya no hay quién recoja de tu voz la tristeza, ni sirvienta soñolienta que al percibir el blando rumor en que me nombras, dichosa despertando con férvida loanza, bendiga tu realeza. Mi cuerpo bajo tierra, tan sólo ya mi alma llagará tus mirtos umbrosos en la calma, mientras tú cerca del fuego te refugias aterida. Y has de llorar entonces esa altivez insana. No te niegues, escúchame, no esperes a mañana: cíñete desde ahora las rosas de la vida. Pierre de Ronsard (1524-1585) Versión de Carlos López Narváez

¿Se trataba de una evocación de Paul Verlaine?

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Tú crees en el ron del café y en los presagios Tú crees en el ron del café y en los presagios, y crees en el juego; yo no creo más que en tus ojos azulados. Tú crees en los cuentos de hadas, en los días nefastos y en los sueños; yo creo solamente en tus bellas mentiras. Tú crees en un vago y quimérico Dios o en un santo especial, y rezas para curar males en alguna oración. Mas yo creo en las horas azules y rosadas, que tú a mí me procuras y en voluptuosidades de hermosas noches blancas. Y tan profunda es mi fe, y tanto eres para mí, que de todo en lo que creo, sólo vivo para ti. Paul Verlaine (Metz, 1844-1896) Versión de Luis Garnier

La música y la ensoñación

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Fantasía Existe una tonada por la que yo daría todo Mozart, Rossini, y todo Weber. Una vieja tonada languideciente y fúnebre que me trae a mi solo su secreto encanto. Cada vez que la escucho me hace doscientos años (es sobre Luis Trece) más joven; y entonces yo creo ver una ladera verde, que amarillea el ocaso; luego un alcazar de ladrillo y piedra y vidrieras teñido con colores rojizos, rodeado de amplios parques, y también un arroyo a sus pies que entre las flores corre; luego una dama de vestimenta antigua, rubia con ojos negros en su altísima ventana, acaso ya vista en otra vida, y de quien me acuerdo. Gerard de Nerval (1808-1855) Versión de Anibal Núñez

La codicia del conquistador

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Arrozal cerca de Calicut, donde desembarcó Vasco de Gama en Kerala Al solo afán de viajar más allá de una India espléndida y borrosa, este saludo sea mensajero del tiempo, cabo que tu popa dobla sobre alguna jarcia baja mientras cabecea con la carabela; espumoso siempre en su aleteo un pájaro de nueva anunciación que gritaba monótono, sin que el timón se desviara de un inútil yacimiento: noche, desesperación y pedrería por su canto reflejado, hasta en la sonrisa del pálido Vasco. Stephanne Mallármè (1842-1898) Trad. Juan Pueyo

El ego supremo y la ciencia

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El Yo adorable  (Anti-Pascal) Era un terrible incrédulo. No creía absolutamente en nada salvo en su propio Yo, y en las formas construidas por la mano del hombre. Filosofaba en la madrugada, bien despierto a la luz del intelecto. Sus negaciones adquirían fuerza de inconmovible pesadumbre: dogmas; dogmas propios de incrédulo infalible. Creía en la escritura, en sus palabras de madrugada frente a frente con el Ídolo, con su Soledad, con su Dios, su Yo, Yo, Yo. Paul Valery (1871-1915)

Cementerio marino I

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             Cementerio marino                                                          I Este tejado tranquilo adonde van las palomas; entre los pinos palpita el Mediodía, entre las tumbas, justo allí vestido de fuego. El mar, el mar, siempre volviendo a empezar... o la recompensa después de un pensamiento: una larga mirada sobre la calma de los dioses.                               II Qué puro trabajo de fino resplandor consume tantos diamantes en la imperceptible espuma, y qué paz parece concebirse, cuando sobre el abismo el sol reposa. Obras puras de una causa eterna: el Tiempo centellea, y el Sueño es saber.                              III Estable tesoro, simple templo a Minerva. Masa de calma y visible reserva, agua parpadeante, ojo que guardas en ti tanto sueño bajo un velo de llamas. Oh mi silencio...edificio en el alma, pero coronado de oro las mil tejas, Tejado.                             IV Templo del Tiempo que un suspiro cifra; a ese pun

El genio universal vagabundo

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LA TUMBA DE BAUDELAIRE      El enterrado templo divulga por la boca Sepulcral de la cloaca, babeando barro y rubí Abominablemente cualquier ídolo Anubis Todo hocico flambeado como hosco ladrido. O si el gas reciente tuerce la mecha turbia, Que sabemos enjuaga los oprobios sufridos, Alumbra huraño un inmortal pubis, Cuyo vuelo se desvanece según el reverbero. ¡Qué hojarasca desecada en ciudades sin noche Podrá bendecir la ofrenda, así como ella sentarse Vanamente contra el mármol de Baudelaire! El velo que la ciñe solo con escalofrío distante Ésta, su Sombra misma, veneno tutelar Que respiraremos siempre, aunque nos mate. LA TUMBA DE EDGAR ALLAN POE Como en Sí-mismo al fin la eternidad lo cambia, El Poeta despierta con una espada desnuda A su siglo horrorizado, por no haber sabido Que la muerte triunfaría en esa voz extraña. Ellos, vil sobresalto de hidra, oyendo antaño al ángel Dar un sentido más puro a las palabras de la tribu, Proclamaran muy alto el hechizo bebido En el

Baudelaire, el último romántico maldito

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  Manuscrito original del poema                                     EL VAMPIRO Tú que como una cuchillada Entraste en mi triste pecho; Tú que fuerte cual rebaño De demonios viniste loca, Para hacer tu lecho y tu dominio En mi espíritu humillado. Infame a quien estoy unido Como el galeote a su cadena Como el juego al jugador Como el borracho a su botella Como la carroña al gusano. ¡Maldita seas, maldita! Rogué al rápido puñal Que conquistara mi libertad. Pedí al pérfido veneno Que socorriese mi cobardía. Mas, ¡ay!...el puñal y el veneno Despreciándome, me dijeron: “No mereces que te arranquen De esa maldita esclavitud, imbécil; Si de su imperio nuestro esfuerzo te librara, Los besos resucitarían de tu vampiro.                                    Charles Baudelaire (1821-1867) Trad. Juan Pueyo