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Dos sonetos al ajedrez encadenados

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Jorge L. Borges y Érnesto Sábato En este enlace escucharás la voz del poeta Ajedrez En su grave rincón los jugadores rigen las lentas piezas. El tablero los demora hasta el alba en su severo ámbito, en que se odian dos colores. Adentro irradian mágicos rigores las formas: torre homérica, ligero caballo, armada reina, rey postrero, oblicuo alfil y peones agresores. Cuando los jugadores se hayan ido, cuando el tiempo los haya consumido, ciertamente no habrá cesado el rito. En el Oriente se encendió esta guerra cuyo anfiteatro es hoy toda la tierra. Como el otro, este juego es infinito. Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada reina, torre directa y peón ladino, sobre lo negro y blanco del camino buscan y libran su batalla armada. No saben que la mano señalada del jugador gobierna su destino, no saben que un rigor adamantino sujeta su albedrío y su jornada. También el jugador es prisionero (la sentencia es de Omar) de otro tablero de noches negras y blancos

La vanidad de los asfodelos

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Planta llamada Asfodelo.- También es una parte del Hades mitológico de los griegos Dónde Está La Memoria Dónde está la memoria de los días que fueron tuyos en la tierra, y tejieron dicha y dolor, y fueron para ti el Universo. El río innumerable de los años los ha perdido. Eres una palabra en un indice. Dieron a otros los dioses gloria interminable, inscripciones, exergos, monumentos y puntuales historiadores; de ti sólo sabemos, oscuro amigo, que oíste al ruiseñor una tarde. Entre los asfodelos de la sombra, tu vana sombra pensará que los dioses han sido avaros. Pero los días son una red de miserias triviales, ¿y no habrá mejor suerte que ser la ceniza de que está hecho el olvido? Sobre otros arrojaron los dioses la inexorable luz de la gloria, que mira las entrañas y enumera las grietas y acaba por ajar la rosa que venera. Contigo fueron más piadosos, hermano: en el éxtasis de un atardecer que no será noche, oyes la voz del ruiseñor de Teócrito. Jorge L

Cóncavas tardes en el laberinto borgiano

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                   EL LABERINTO Zeus no podría desatar las redes de piedra que me cercan. He olvidado los hombres que antes fui; sigo el odiado camino de monótonas paredes que es mi destino. Rectas galerías que se curvan en círculos secretos al cabo de los años. Parapetos que ha agrietado la usura de los días. En el pálido polvo he descifrado rastros que temo. El aire me ha traído en las cóncavas tardes un bramido, o el eco de un bramido desolado. Sé que en la sombra hay Otro, cuya suerte es fatigar las largas soledades que tejen y destejen este Hades; y ansiar mi sangre, y devorar mi muerte. Nos buscamos los dos. Ojala fuera éste el último día de la espera.                          Jorge L. Borges