El poeta y sus palabras: el romance terminó



El guardador de rebaños
 
Desde la ventana más alta de mi casa
con un pañuelo blanco digo adiós
a mis versos, que viajan hacia la humanidad.
Y no estoy alegre ni triste,
pues es el destino de los versos.

Los escribí, y debo enseñárselos a todos,
porque no puedo hacer lo contrario,
como la flor no puede esconder el color,
ni el río ocultar que corre,
ni el árbol esconder sus frutos.

He aquí que ya van lejos como si fuesen en la diligencia,
y yo siento la pena sin quererla
igual que un dolor en el cuerpo.
¿Quién sabe quién los leerá?
¿Quién sabe a qué manos irán?

Flor: me cogió el destino para los ojos.
Árbol: me arrancaron los frutos para las bocas.
Río: el destino del agua era no quedarse en mi cauce.
Me resigno, y me siento casi alegre,
casi tan alegre como quien se cansa de estar triste.

¡Idos, idos de mí!
Pasa el árbol, y se queda disperso por la Naturaleza.
Se marchita la flor, y su polvo dura siempre.
Corre el río, y entra en el mar, y el agua es siempre la misma. 
Paso, y me quedo, como el Universo.

Fernando Pessoa (1888-1935)

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