El maestro de L. Reed




En la cama vacía, en la caverna de Platón


En la cama vacía, en la caverna de Platón,
las luces reflejadas se deslizaron lentamente sobre la pared,
los carpinteros martillearon bajo la ventana en sombras,
el viento movió toda la noche las cortinas,
y una flota de camiones subía cuesta arriba renqueante
con la carga cubierta, como de costumbre.


El techo se iluminó una vez más, el diagrama inclinado
se deslizó hacia delante con lentitud.
Al escuchar los pasos del lechero,
su esfuerzo en la escalera y el sonido de las botellas,
me levanté de la cama, y encendí un pitillo,
luego me acerqué a la ventana. La calle de piedra
era testigo del silencio de los edificios,
la vigilia de los faroles y la paciencia del caballo.
El cielo puro del invierno
me empujó de nuevo a la cama con ojos cansados.

La extrañeza crecía en el aire inmóvil. La flotante neblina
se volvió gris. Temblorosos vagones, cataratas de cascos
sonaban en la lejanía, cada vez más fuerte y más cerca.
Un coche tosió al arrancar. La mañana fundiendo
el aire con suavidad, levantó las sillas semicubiertas
desde el fondo del mar, encendió el espejo,
iluminó la cómoda y la pared blanca.


El pájaro ensayó su canto, silbó, gorjeó,
trinó, y silbó de nuevo. Perplejo, todavía húmedo
por el sueño, afectuoso, hambriento y frío. Así, así,
hijo del hombre la noche ignorante, el anhelo
de la mañana temprana, el misterio del comienzo
una y otra vez.


Mientras que la historia no perdona.



Delmore Schwartz (Nueva York, 1913-1966)

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