Un increible regreso al patio del colegio


Por alguna razón que desconozco a ciencia cierta, soy culé hasta la médula. Paso de indagar el impulso que me arrastró a ese sentimiento; simplemente brotó, y ya está. Y claro, por supuesto, el fútbol es mi deporte favorito desde que tengo sentido común y jugaba con mis amigos en el patio del colegio y donde podíamos. Anoche el Barça ganó su primer título, y nos embaucó de nuevo a todos con un juego espectacular, divino, de ensueño, de efevercente imaginación en incansable estado de creatividad generosa. Guardiola ha fabricado un hermoso monstruo, un Frankenstein delicioso, con la pasta inconfundible del mejor "cruyffismo ilustrado", la vieja filosofía futbolística que vuelve a reinar, como magníficamente ha definido un periodista gallego en El Faro de Vigo, y que el entrenador Pep Guardiola lleva muy dentro, en lo más hondo de su buen corazón culé: la elemental filosofía futbolística de Johan Cruyff evolucionada por la profundidad psicológica, la racionalidad y la pasión del alumno Guardiola, uno de sus discípulos aventajados y favoritos, y tal vez el más afortunado, porque ha conseguido reunir a un grupo de jugadores con un talento natural superior, e implicados sin cortapisas en la solidaridad del juego; unos muchachos que son capaces de hacer bellamente lo que les pide su técnico, a quien idolatran.
Si este equipo gana la Champions, posiblemente sentará las bases del estilo de juego de muchos equipos europeos por unos cuantos años. En el Bayern, Beckembauer ya ha hablado de implantar la escuela Ayax-Barça, donde los entrenos serán con prioridad absoluta para el rondo; para abreviar, podría resumirse en estas palabras del maestro Johan: "Alto ritmo de balón que te proporciona la posesión del mismo, y en consecuencia, el control del juego sobre el contrario", y si le añades el cerebro de Xavi junto a la técnica de Leo Messi o Andrés Iniesta, pues eso: un gol, otro más, y otro y otro. Objetivo supremo, y esencia primodial de la pasión que nos ha arrastrado desde niños hacia este juego tan simple y profundo: en el que prima por encima de todo, la pureza de la alegría del gol, igual que en el patio del colegio nos desgañitábamos por tener el balón el mayor tiempo posible, ansiosos por hacer los mejores driblings, pases, remates, paradas y goles; sobre todo goles, cuantos más mejor.
Cuando Johan Cruyff vino a hacerse cargo de un Barça anárquico y desquiciado en todos los sentidos, leí en una entrevista como contaba que cuando era niño se pasaba el día jugando con los amigos en las calles de su Amsterdam natal de la posguerra europea. Y que la cosa consistía en tener el balón el mayor tiempo posible, porque de ese modo se divertían más: quien tenía el balón gozaba como un camello. Gran virtud de cualquier juego que se precie: la diversión. Y que todo eso estaba muy claro: lo iba a aplicar al Barça. Si hubiese sido una entrevista oral, seguro que la habría rematado, en su simpático español con acento catalanoholandés, con un: "Es lógica..." La inmensa mayoría de los culés le observábamos con cariñoso escepticismo: "Este Johan..." musitábamos cabeceando ante su inocencia, acostumbrados como estábamos a los Clementes y Magureguis del autobus.
Pues bien, unos cuantos años más tarde, el alumno Guardiola, apoyado en su inteligencia y rigor y excelentes jugadores, ha elevado las ideas del maestro Cruyff a la categoria de sinfonía futbolística. "No me creo que jugando bien, no se puedan tener buenos resultados y ganar títulos", dice el ex-futbolista del Dream Team, dirigido a los defensores del resultadismo. De momento, ha ganado la Copa del Rey y casi la Liga. Falta la Champions, aunque nada cambiará si se pierde ante el Manchester, pues se habrá caído ante el mejor rival posible, y el equipo seguirá mejorando.
Pero, para mi, como culé, lo mejor de toda temporada, y que jamás olvidaré en mi vida, me lo ha proporcionado este irrepetible grupo de embaucadores maravillosos, y ha sido un inesperado e increible regreso al patio del colegio. Un viaje hasta cincuenta años atrás por un proustiano tunel del tiempo. Un reencuentro apasionado con la diversión, la emoción y la alegría del gol. Por favor, repetid el año que viene, y el otro, y el otro. Hasta la saciedad.


Esta entrada se la dedico a mi primo Joaquin Marco Pueyo, de Barcelona. Culé irreductible y el mejor imitador que he conocido del gran Johan y el "Cholo" Sotil.

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