El retiro del Rey Ramiro

Sepulcro de Ramiro II el Monje. Aragonium Rex

Patio del claustro de San Pedro el Viejo, pequeña joya del románico ubicada en pleno corazón de la ciudad de Huesca.


Entrada al claustro. Al fondo el Panteón Real donde se hallan los sepulcros de Alfonso I el Batallador y su hermano pequeño, Ramiro II el Monje. Este Rey fue destinado por su padre, Sancho Ramirez, al estudio y la meditación de la vida monástica, y que en verdad era su auténtica vocación. Tras la muerte de sus dos hermanos, Pedro I y Alfonso I sin descendencia, los apurados y muy preocupados nobles del Reino le reclamaron al monasterio de Saint Ponç de Thomierés en Francia donde Ramiro vivía feliz su vida monástica vocacional, ante la que se avecinaba a causa de la donación del Reino en el testamento visceral y disparatado del Batallador, quien en un rapto de ardor cruzado y religioso, cedió su histórica herencia a las Ordenes Militares. Regresó Ramiro, alentado por su sentido de la responsabilidad hacia la dinastía y el peligro de disgregación de los territorios tan árduamente reunidos por su abuelo, padre y hermanos, dotó al Reino de un nuevo cuerpo jurídico basado en el derecho civil consuetudinario aragonés y salvó lo que pudo de la voracidad de los mílites cófrades, que ansiaban tan golosa herencia que les cayó del cielo. Un gran Rey Ramiro el Monje, a quien por cierto, dice la leyenda que tampoco le temblaba la mano en los momentos difíciles. Hábil diplomático y gran negociador, pactó con el Conde de Barcelona, Ramón Berenguer IV, el matrimonio con su hija Petronila fundando de tal modo la Corona de Aragón, cuyo acuerdo se firmó en el Entremuro de Barbastro, capitulaciones por cuya virtud se nombraba a Ramón Berenguer nuevo Principe del Reino de Aragón, tomando así el Conde de Barcelona por derecho todo el poder ejecutivo en el gobierno de dicho Reino, y que por supuesto, ejecutó con prudencia y sabiduría hasta su muerte.
Antes de morir, Ramiro, retirado del gobierno y en medio de sus meditaciones en la ciudad de Huesca, supo del nacimiento de Alfonso Ramón, hijo de Ramón Berenguer y Petronila, primer monarca de la Corona de Aragón con el nombre de Alfonso II, y Ramón Berenguer V, Conde de Barcelona.
Y aquel monje de Thomieres que, desde su inexperiencia, había aceptado la gobernabilidad de un Reino con claros síntomas de disgregación, así como, y de muy buen grado, la renuncia de sus aspiraciones personales, pudo ver al fin cumplidos sus dos grandes anhelos: legar a sus descendientes un Reino cohesionado y poderoso, y cultivar una vida espiritual hasta su muerte, acaecida posteriormente en el retiro final que cumplió en su ciudad de Huesca, dedicado al estudio de textos sagrados. El claustro que se ve en la fotografía fue uno de sus lugares preferidos para la meditación. Sus huesos descansan en el Panteón que se ve al fondo tras la sobria lápida que los cubre, como fue su vida.
Una gran figura Ramiro II el Monje, cuya coherencia y sentido común le iría de perlas a la fauna política de este convulso principio de siglo que nos ha tocado vivir.

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