Historia y piedra, cierta insoportable levedad


Un paseo por la mañana en domingo, en un día muy soleado, por las vacías calles de un pequeño pueblo, calles solitarias, mientras algún vecino que rompe la monotonía y el silencio lavando su coche con la manguera, y se oye la vivaz cháchara de mujeres en un patio asomando las cabezas por la puerta, ávidas por fisgonear quién es ese tío desconocido que pasa por la calle, y entretanto,...¡zas!: veo ese viejo caserón, de fachada desconchada en absoluta desidia, un deslavazado alerón de canetes que gozó de mejor prestancia, y aquel enorme blasón, artilugios todos de manualidades por los que tengo extrema debilidad: tiro la foto como puedo, con un poco de esfuerzo consigo leer en la piedra la palabra GIL, y enseguida me alejo, pues no me agrada que tomen a mi persona por un chafardero melindroso. ¿ Quién debió ser el tal Gil?, me pregunto. Algún cacique desalmado, explotador y expoliador de pobres gentes, que diría Dostoiensky, quienes por no tener, no tendrían ni cera en las orejas: tan sólo lo que la magnánima dadivosidad del señor ofrezca. ¿Te das cuenta? -sigo hablando para mi- tanta arrogancia, tanta presunción, tanto blasón, tanto poder, para terminar siendo una puta ruina. Sic transit gloria mundi. Si el susodicho GIL levantara la cabeza, se precipitaría despavorido hacia los infiernos otra vez.
Queda la insoportable levedad de un consuelo: la piedra cuenta la historia de verdad, la insobornable, la estricta, la indeleble, la inmanipulable..., o más dificil de manipular, toda calificación que consigan imaginar en ese sentido; y todo el mundo sabe que es bien cierto que en muchas ocasiones unos trazos hechos como por descuido, pueden hablar más que unos cuantos sesudos tochos de historiografía.
Siempre fascinante la piedra...

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